MENSAJES DEL SUPERVISOR GENERAL

Sermones de La Iglesia de Dios

Por el Obispo Oscar Pimentel, Supervisor General de La Iglesia de Dios

El Dios de la verdadera fe cristiana es un Dios santo. La raíz del significado tanto de las palabras hebreas como de las griegas que se traducen como “santo” es la separación de toda hostilidad, maldad y corrupción. David dijo, “…celebrad la memoria de su santidad” (Sal. 30:4). Cuando recordamos Su santidad, tanto un sentimiento de no merecimiento como una acción de gracias brotan dentro de nosotros. Se nos recuerda que la santidad comienza con Dios y no con nosotros mismos. Comenzamos a pensar en lo que hemos leído en las Escrituras; Él es perfecto en todos Sus caminos, Su Palabra es totalmente pura y eterna, aborrece el pecado, es justo en el juicio, no comete errores, defiende la justicia y pelea en favor de los justos. Me gustaría hacer algunas observaciones para ayudarnos a recordar a qué Dios grande, poderoso y santo tenemos el privilegio de servir.

“No hay santo como Jehová: Porque no hay ninguno fuera de ti; Y no hay refugio como el Dios nuestro” (1 S. 2:2). Escuche las preguntas que le hace al Señor: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en el monte de tu santidad?” (Sal. 15:1). En otras palabras, ¿quién estará en Tu santa presencia? “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en el lugar de su santidad?” (Sal. 24:3). La respuesta es: “El que anda en integridad, y obra justicia, y habla verdad en su corazón. El que no detrae con su lengua, ni hace mal á su prójimo, ni contra su prójimo acoge oprobio alguno. Aquel á cuyos ojos es menospreciado el vil; Mas honra á los que temen á Jehová” (Sal. 15:2-4), y “El limpio de manos, y puro de corazón: El que no ha elevado su alma a la vanidad, ni jurado con engaño” (Sal. 24:4).

Cuando el ángel del Señor apareció en una llama de fuego en medio de la zarza y Moisés se desvió para investigar, Dios le habló y le dijo: “No te llegues acá: quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Ex. 3:5). Se da una palabra de advertencia a Moisés cuando se acerca a un Dios justo y sin mancha. El quitarse sus zapatos (que representaba instrumentos de acciones en vida) prefiguró una demostración voluntaria de despojarse de la vieja vida de pecado y una admisión de ser espiritualmente inadecuado y con mancha. Cuando habló a la nación de Israel, Dios declaró: “Pues que yo soy Jehová vuestro Dios, vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo” (Lv. 11:44). Pedro recordó a los santos de su día: “Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:16). Los seres angelicales de la visión de Isaías se decían uno al otro: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria” (Is. 6:3), y Juan escuchó el incesante exclamación: “Santo, santo, santo el Señor Dios Todopoderoso, que era, y que es, y que ha de venir” (Ap. 4:8).

Aunque poco se dice hoy en día acerca de la santidad de Dios, el tema parece ocupar la primera posición a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento. Con tanto que se encuentra en las Escrituras acerca de la naturaleza divina y santa de Dios, debe significar que Él quiso que Su pueblo supiera acerca de ello, reflexionara sobre ello, nunca lo olvidara y fuere santo. Una gran parte de la corriente principal del cristianismo disfruta hablar al mundo del amor de Dios o de Su misericordia y gracia, y con razón, porque Dios es amor y está lleno de gracia y misericordia. Pero notemos que ningún otro atributo de Dios se repite tres veces como la santidad en la Biblia. ¿Podría ser porque esto es lo más importante que todos deben saber acerca de Dios?

¿Cuán impactante es la santidad de Dios? Ni siquiera los seres angelicales de la visión de Isaías se sintieron dignos de mirarlo. Cubrieron sus rostros y pies en Su presencia y no tocaron el suelo sagrado que sostenía Su trono. Isaías, un hombre santo de Dios y predicador de justicia, cuando fue confrontado con una verdadera visión de la gloria y majestad de Dios, clamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5). Después de tal visión, ¿qué cristiano (joven, mediana edad o anciano) podría continuar descuidadamente con respecto a la vida santa que se necesita para estar ante un Dios santo?

La gente ha ido y venido. Los reinos se han levantado y caído. La barra social de la moralidad de los hombres casi ha desaparecido. La moralidad religiosa y las normas bíblicas no se interpretan como antes. Sin embargo, aunque muchas cosas han cambiado desde la revelación de Juan, Dios no ha cambiado. Todavía es perfectamente puro, absolutamente sin defecto e inflexiblemente santo. ¡La compresión de esta verdad sirve para impulsarnos hoy en La Iglesia de Dios a la alabanza, acción de gracias y adoración continua!

LA PERFECCIÓN DE LA IGLESIA

Cuando Dios declaró Su santidad, también dijo, “seréis pues santos, porque yo soy santo” (Lv. 11:45). Puesto que Él es un Dios santo, conviene que los que son llamados por Su nombre sean santos también. Esto es el requisito de Dios de Su pueblo para todas las edades. Después de sacar a Israel de Egipto, Dios le dijo a Moisés: “Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa…” (Ex. 19:6). Él no los dejó vagar y hacer lo que quisieran en el desierto, sino que los llevó al Sinaí, donde hicieron un pacto para obedecerlo completamente.

A nosotros también nos ha llamado Dios, no a la “inmundicia, sino a santificación” (1 Ts. 4:7), y se nos exhorta a andar como es digno de la vocación con que somos llamados. Cuando nos salvó de la esclavitud de nuestros pecados, no nos dejó solos en un desierto espiritual, sino que nos llevó al pie de Su santo monte, donde nos convertimos en miembros pactados de Su Iglesia, acordando obedecer todo lo que Él ha dicho en Su Palabra.

“Sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación: Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:15, 16). Dios tendrá una nación perfecta y santa antes de la primera parte de Su segunda venida. Algunos pueden dudarlo, pero es solo porque no entienden Sus promesas en las Escrituras y Su inmenso y poderoso poder. La Iglesia de Dios es esa nación santa y ella debe purificarse de todo lo que contamina para ser perfecta como Él es perfecto. Filipenses 2:15, 16 nos dice: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa en medio de la nación maligna y perversa, entre los cuales resplandecéis como luminares en el mundo; Reteniendo la palabra de vida…”

En estos últimos días nos encontraremos cara a cara con el proceso de perfeccionamiento. Dijo el Señor por boca de Zacarías, “Y meteré en el fuego la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y probarélos como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío: y él dirá: Jehová es mi Dios” (Zac. 13:9). La perfección de la Iglesia no sólo incluye que ella sea perfecta en unidad de doctrina, gobierno y propósito, sino que todos los miembros habrán adquirido interiormente la pureza y santidad de vida. No entiendo completamente el proceso, pero sé que quiero que mi corazón esté donde debe estar para someterme al proceso. Dios está edificando Su Iglesia gloriosa y usted y yo tenemos el privilegio de ser miembros del Cuerpo de Cristo.

La Iglesia de Dios debe ser sin mancha ni arruga. Todo lo que pueda estropear su belleza debe ser cincelado. Murmuraciones, quejas, falta de perdón, calumnias, criticas, todo lo que no se parece a Cristo debe ser cincelado. En el análisis final, cualquier persona que sea parte de esta nación tendrá que ser santo. La santidad, la gloria o el poder que poseeremos será porque la Iglesia se ha acercado más a Dios y hemos permitido que Cristo haga Su obra en nosotros. Escuche la Palabra de Dios: “Y acontecerá que el que quedare en Sión, y el que fuere dejado en Jerusalem, será llamado santo; todos los que en Jerusalem están escritos entre los vivientes; Cuando el Señor lavare las inmundicias de las hijas de Sión, y limpiare las sangres de Jerusalem de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de ardimiento. Y criará Jehová sobre toda la morada del monte de Sión, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y oscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas: porque sobre toda gloria habrá cobertura” (Is. 4:3-5).

Vemos a Sión como la ciudad de Dios. Para nosotros, prefigura La Iglesia de Dios, el lugar que Dios ha escogido como Su habitación para siempre. Vemos a Jerusalem como la sede central del gobierno que prefigura nuestro Cuartel General, y vemos a las hijas de Sion como sus suburbios o aldeas que prefiguran nuestras iglesias locales. Parece que ningún lugar en la nación de Dios quedará sin tocar. Estas escrituras, y muchas otras en la Biblia, hablan de un tiempo cuando la Iglesia, de arriba abajo y de abajo arriba, habrá sido limpiada de toda rebelión, desobediencia e inmundicia, y la gloria y poder de Dios estarán sobre ella. Oh, sí, se acerca el día de Su poder en Su Iglesia, pero será para nuestra completa obediencia y total consagración a Él. “En la hermosura de la santidad” (Sal. 110:3). ¡Nuestros antepasados creían que una Iglesia pura es un Iglesia poderosa!

El apóstol Pablo escribió que “Cristo es cabeza de la iglesia; y él es el que da la salud al cuerpo…la iglesia está sujeta á Cristo…Cristo amó á la iglesia, y se entregó á sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para presentársela glorosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:23-27). El estado espiritual de la Iglesia en el momento del Rapto estará sin mancha, sin arrugas, sin imperfecciones, y “ni cosas semejante”. Ella será perfecta y santa y se habrá purificado de toda influencia carnal, “que se vista de lino fino, limpio y brillante: porque el lino fino son las justificaciones de los santos” (Ap. 19:8).

El tiempo se acerca rápidamente, según la profecía de revelación de Juan, pronto haremos la transición con la ayuda del Espíritu Santo de estar listos a estar listos para partir. Dios “Porque palabra consumadora y abreviadora en justicia, porque palabra abreviada, hará el Señor sobre la tierra” (Ro. 9:28).

PUREZA DEL MIEMBRO

Hace varias semanas, leí una cita en Texas que decía: “Si va a ser… debo ser yo”. Quien dijo eso vislumbró lo que puede ser y entendido que, si se va a lograr un objetivo, ellos personalmente tienen una participación en su éxito. Esta es la actitud de una persona que hará todo lo que esté a su alcance para avanzar hacia la meta sin importar lo que otros estén haciendo o cómo se vean las cosas. Esa es una buena actitud para tener cuando se trata de una Iglesia gloriosa sin “mancha ni arruga, ni cosa semejante” (Ef. 5:27).

Judas se refirió a algunos miembros de la Iglesia como “manchas” (Jud. 1:4-12). Por supuesto, estas eran personas que no actuaban, hablaban o se comportaban de una manera que agradaba a Dios. Su espíritu y conducta no fueron benéficas ni respetuosas para la Iglesia. El autoexamen a la luz de la Biblia evitará que seamos manchas. Todos debemos someternos voluntariamente al proceso de lavado y purificación de la Palabra de Dios en estos últimos días o corremos el riesgo de ser removidos (cincelados).

Hay una diferencia entre la perfección de la Iglesia y la perfección individual, pero los dos parecen ir de la mano. Después de todo, la Iglesia está compuesta de miembros de carne y hueso y, como individuos, tenemos un interés en el éxito espiritual de la Iglesia en este mundo y en que esté lista para partir. Dios no quiere que nadie se pierda. No hay quien se mueva con más compasión por nuestras almas que Aquel que murió para redimirlas. No obstante, Su Iglesia será presentada a Cristo como una “virgen pura” (2 Co. 11:2) y cualquier persona inmunda, impura o no santa se perderá ese día. Pero gracias a Dios somos “librados de nuestros enemigos” para poderle servir “en santidad y en justicia…todos los días nuestros” (Lc. 1:74, 75). Es porque hemos entrado en una relación con Cristo, y debido a Su gracia en nosotros, que con gusto podemos dejar de lado todo peso y pecado que tan fácilmente nos asediaría mientras continuamos mirando hacia adelante para encontrarnos con nuestro Salvador. ¿Planea ver a Dios? Escuche lo que la Biblia dice: “Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Hebreos nos dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14). Es evidente que la pureza de corazón y la santidad de vida son indispensables a los ojos de Dios. Una vez escuché a la hermana Bettie Marlowe decir, “Nadie tiene que vivir en santidad, solo aquellos que quieren ver a Dios” . Si planeamos verle cara a cara, nos preocuparemos por la santidad.

2 Corintios 7:1 dice, “…limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificació en temor de Dios”, y Pablo le dijo a Timoteo, “consérvate en limpieza” (1 Ti. 5:22). Estos versículos aclaran que la responsabilidad por la pureza de corazón y la santidad de vida descansan sobre el individuo. La santidad bíblica es ser puros y libres de pecado y consagrados al servicio de Dios en este mundo presente, conformados en todo a Su voluntad y obedeciéndole en todo.

La limpieza del corazón y de la vida comienza en la salvación cuando un hombre o mujer se arrepiente de los pecados cometidos y se convierte en una nueva criatura en Cristo. Sin embargo, la naturaleza pecaminosa (el viejo hombre) que hace que las personas pequen todavía está presente, y mientras él es llevado, es imposible seguir el ejemplo de Jesús y vivir una vida santa. Ese viejo hombre quiere quedarse para poder continuar con sus malas acciones, causando conflicto y desobediencia, pero puede ser expulsado, crucificado y destruido por el poder de la sangre de Jesús. ¡Así es! El poder de Cristo puede hacer más que simplemente suprimir la naturaleza pecaminosa. Su sangre puede romper su poder y expulsarlo del corazón por completo. Esta experiencia, conocida como santificación, ¡es una experiencia real! Si no la tiene, realmente necesita conseguirla. Me gustaría animar e insisto en que cada miembro de la Iglesia tenga esta experiencia, quiero decir, realmente conseguirlo. De hecho, “la voluntad de Dios es vuestra santificación…” (1 Ts. 4:3).

A veces una persona pensará que tiene está experiencia, y que el viejo hombre está muerto, solo para darse cuenta de que solo se estaba “haciendo el muerto” y fingió su muerte. Recuerdo que una noche, después de irnos a dormir, mi esposa y yo fuimos despertados en medio de la noche por el molesto sonido del chirrido de un grillo. Cuando me levanté de la cama y encendí la luz, el chirrido se detuvo. Me dirigí a la dirección en la que pensé que venía el sonido, pero no pude ver el grillo. Con las luces encendidas y yo moviéndome, él sabía que estaba en peligro. No hizo ningún movimiento ni ningún sonido por lo que no podía librarnos de su molestia. Esto continuó por lo que pereció una eternidad esa noche. Cada vez que se apagaba la luz y las cosas se calmaban, el grillo empezaba a cantar de nuevo. Me agotó esa noche hasta que finalmente, después de haberme levantado de la cama lo que parecieron 1,000 veces, le dije a mi esposa, dejaré la luz encendida y me quedaré despierto hasta que él se mueva y cante, de lo contrario no descansaremos, luego lo destruiré. Me quedé despierto, con los ojos abiertos, esperando cualquier movimiento y señal de vida. Finalmente, se movió y salió de su escondite, y yo me ocupé del negocio. Después de eso, tuvimos una noche de apacible descanso.

De manera similar, el viejo hombre a menudo se esconde cuando las luces del avivamiento están encendidas y la presencia del Señor está cerca. Teme por su vida, por lo que se queda quieto y no hace ningún movimiento brusco en nuestros servicios, con la esperanza de que no lo encuentren. A veces al sonido de una oración poderosa o testimonio conmovedor, usted puede ver señales de tristeza piadosa en él, pero no se arrepentirá, ¡no puede arrepentirse! Cuando se canta un canto conmovedor, a causa de su pecado, puede hacer que las lágrimas rueden por sus ojos y por sus mejillas. A veces, cuando se predica un mensaje de arrepentimiento, actuará como si estuviera convertido, pero no puede convertirse, ¡debe morir! El viejo hombre es amargado, criticón, le gusta el chisme, es entrometido, es frio, solo piensa en sí mismo, siembra para la carne, se ofende fácilmente, roba, comunica cosas corruptas, es lleno de malicia, tiene problemas de ira y cólera, y da lugar al diablo (Leer Efesios 4:22-31). Si lo lleva con usted nunca podrá descansar, no conocerá la paz y la tranquilidad, solo los sonidos de un conflicto constante. Haga lo que debe hacer. Haga que los fuegos del avivamiento ardan en su corazón, encienda la luz y quédese con Dios hasta que el poder de la sangre de Cristo caiga sobre el viejo hombre y lo destruya.

Los cristianos nacidos de nuevo que ejercen su fe en Jesús pueden ser librados de la naturaleza pecaminosa cuando renuncian a todo lo impío y se dedican a todo lo que es justo. Somos hechos santos por la santificación, la segunda obra definida de la gracia, que destruye la vieja naturaleza que hace que las personas cometan pecado. Es la santificación la que produce la pureza del corazón y hace posible una vida de santidad. Una vez que el viejo hombre ha sido destruido, el nuevo Espíritu de vida en Cristo realmente puede comenzar a crecer y desarrollarse a la medida de la estatura de Cristo.

Lamentablemente, una vez que se ha recibido la santificación, algunos quedan satisfechos y dejan de buscar más bendiciones de Dios, ¡pero hay más de Él que obtener! A todos los que le obedezcan. Él da el Espíritu Santo, la investidura de poder para el servicio. El Espíritu de Verdad que es enviado para guiarnos en todas las cosas y nos recuerda, nos enseña: “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo templada, y justa, y piamente” (Tit.2:12). Si solo el bautismo del Espíritu Santo nos llevó a nuestro destino final en espiritualidad y santidad personal, ¿por qué necesitaríamos una Guía? No lo haríamos. Pero lo hacemos porque hay más. Salvación, santificación y bautismo con el Espíritu Santo no son destinos, sino experiencias bendecidas iniciales al comienzo de un viaje de toda la vida con Dios para alejarnos del límite del mundo y todo lo que es impuro. Así como Ezequiel, nos alejamos más de la orilla y nos adentramos más en las aguas espirituales de la voluntad y presencia de Dios, hasta que todo lo que podamos hacer es nadar en el rio de Su Espíritu. Como Pablo, nos despojamos de todas las cosas de la vida anterior, contándolas como inútiles, y avanzamos para ganar a Cristo y conocerlo más y más.

Pablo escribió a La Iglesia de Dios de Corinto a, “No os juntéis en yugo con los infieles: porque ¿qué compañía tienes la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿ó qué parte el fiel con el infiel? ¿Y qué concierto el templo de Dios con los ídolos? porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, y seré á vosotros Padre, Y vosotros me seréis á mí hijos é hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co. 6:14-18). ¿Acaso no suena bien, Dios morando en nosotros y caminando con nosotros? El Dios vivo es nuestro Dios y nosotros somos Su pueblo. Él es nuestro Padre y nosotros somos Sus hijos e hijas. ¿Hay algo que no estaríamos dispuestos a obedecer, hay un precio demasiado alto para pagar tal honor?

Parece que algunos de los santos de Corinto, en lugar de alejarse del mundo, querían estar cerca y tener comunión con él. Compañerismo se define como un asociación amistosa, especialmente con personas que comparten los mismos intereses. Es posible que muchos de nosotros tengamos una asociación con alguien que no es salva y que consideremos un amigo. Ese no es tanto el problema. El problema está en compartir o tener los mismos intereses u objetivos que la persona no salva. Entonces, uno podría preguntarse qué beneficio hay cuando los hijos de Dios tienen amistades demasiado cercanas con los mundanos (que son indiferentes a Cristo) y rara vez, si es que lo hacen, traen al Señor a sus vidas sociales. Estamos viviendo en “tiempos peligrosos” (2 Ti. 3:1). Nuestro objetivo debe ser amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y reflejar a Cristo en todo lo que hacemos “todo a gloria de Dios” (1 Co. 10:31).

Santiago lo acerca bastante: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). Qué de: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo. Y el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17). Debemos ser muy cautelosos y considerar en oración nuestras amistades. Tener comunión con una cosa es poner su aprobación en ella. Es difícil esperar que podamos hacer una diferencia en el mundo o en nuestra comunidad si cedemos sus formas. Especialmente en esta época de moda y orgullo pecaminoso, debemos tener cuidado con lo que hacemos y cómo vivimos, nuestras formas de entretenimiento, quiénes son nuestros amigos, lo que vemos y cuáles son nuestras conversaciones y conducta dondequiera que vayamos. Sin duda, cualquier sacrificio que hagamos para tener el favor de Dios y las bendiciones de Dios ahora será recompensado mil veces cuando veamos a Jesús.

Como he mencionado, estamos viviendo en una época en que lo que antes se consideraba malo e impuro ya no lo es, y la sociedad ahora dice, “Todo va”. Y aunque no es mi intención definir cada pequeña cosa, diré que la santidad de Dios se opone a los caminos y cosas de este mundo. Por lo tanto, no se trata de una lista de cosas que se deben y no se deben hacer, se trata de seguir con ahínco al Señor y permitir que el Espíritu de Dios haga Su obra en nosotros. Se trata de amarlo totalmente y querer complacerlo en todos los sentidos. A medida que crecemos en comprensión y poder espiritual, llegaremos a encontrar que esa lista de lo que se debe y no se debe hacer no es necesaria, no porque hayamos caído por debajo de ello, sino porque nos hemos elevado por encima de ello a través de una visión más clara de la santidad de Dios y una relación más profunda, cercana y verdadera con Él.

No puedo decir que alguna vez entenderé por completo o que podré explicar la santidad de Dios mientras esté aquí abajo. Siento que es una de esas cosas que es mejor sentir que contar. Solo al encontrarlo y experimentarlo personal y colectivamente, sabremos más perfectamente lo que es y, tal vez, descubriremos que hay áreas en nuestras vidas en las que necesitamos salir a la luz. Cuando Dios nos revela Su santidad, no es simplemente para aumentar nuestro conocimiento de Él, sino para cambiarnos.

Como hijos de Dios y miembros de la Iglesia, resolvamos a vivir por encima del oprobio de este mundo y de sus vergonzosas impurezas. Preguntémonos, “¿Es mi conducta honorable? ¿Podría mi conversación ser considerada como la de un verdadero hombre o mujer de Dios? Si hiciera esto, o fuera allí, o me pusiera esto, ¿habría un buen testimonio de mí? ¿Pasaré todavía como un hijo puro de Dios si hago estas cosas?” Creo que, si los hombres y mujeres de la Iglesia de Dios recordaran gobernarse a sí mismo de acuerdo con la Palabra de Dios, honrar el pacto y respetar la autoridad y el Consejos de la multitud de Consejeros, habría menos problemas en cuanto a la vida mundana, y muchos menos dolores de cabeza por haber sido vencidos por Satanás. ¡Hagamos todo lo posible para demostrar que amamos al Señor!

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