OTROS SERMONES

Sermones de La Iglesia de Dios

Por Roger E. Ammons, Ministro de Comunicaciones

“Maridos, amad á vuestras mujeres, así como Cristo amó á la iglesia, y se entregó á sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:25-27).

Estos versículos nos hablan del pasado, presente y futuro de La Iglesia de Dios. Cristo en el pasado amó a la Iglesia y se entregó por ella, en el presente la está santificando y purificando, y en el futuro se la presentará como una Iglesia gloriosa.

En el título de este sermón, “La Gloriosa Iglesia de Dios”, la palabra “gloriosa” en realidad tiene preeminencia sobre la palabra “iglesia”. La palabra gloriosa significa “llena de gloria”. La gloria de la Iglesia es Cristo mismo. La Iglesia de Dios llegará “á un varón perfecto, á la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13).

La gloria de Dios en lo que se refiere a la Iglesia es una manifestación de Su presencia en Su morada. La palabra “gloria” se refiere al esplendor y la maravilla de la naturaleza, persona y ser de Dios que lo hace digno de todo honor y gloria. La Iglesia, como cuerpo corporativo y como miembros individuales, lo glorifica reflejando la luz de Su gloria en santidad, servicio, verdad, amor, etc., y adorándolo en ofrendas de honor y alabanza.

La “gloria pasada” de la Iglesia se puede ver en el Antiguo Testamento como tipos, sombras y profecías de la gloria de Dios que habitaría la Iglesia de Dios en las edades venideras. El mártir Esteban, en su último mensaje, predicó que Moisés “estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sina” (Hch. 7:38), y como los israelitas tuvieron “el tabernáculo del testimonio en el desierto” (v. 44) por cuarenta años. Mas tarde, David deseaba construir un templo para Dios (v. 46), pero, en cambio, fue construido por su hijo, Salomón (v. 47). Esteban continuó declarando a los judíos que: “el Altísimo no habita en templos hechos de mano” (v. 48) y que sus padres habían matado a los profetas “que antes anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores” (v. 52). Ellos apedrearon a Esteban hasta la muerte. “Más él…puestos los ojos en el cielo, vió la gloria de Dios, y á Jesús que estaba á la diestra de Dios” (v. 55). En el mensaje de Esteban hay referencias a la gloria pasada, presente y futura de La Iglesia de Dios.

Una de las manifestaciones visibles de la gloria del Señor en el Antiguo Testamento fue la “nube” . Cuando los hijos de Israel partieron de Egipto: “Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube, para guiarlos por el camino…” (Éx.. 13:21). El óvalo blanco en la bandera de nuestra Iglesia me recuerda esa nube y la gloria de Dios en Su Iglesia. Poco más de un mes después, los hijos de Israel murmuraron porque tenían hambre. “Y hablando Aarón á toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová, que apareció en la nube” (Éx. 16:10).

Cuando llegaron al monte Sinaí, Dios le dijo a Moisés que le dijera al pueblo que si le obedecían y guardaban Su pacto, serían Su “especial tesoro”, Su “reino de sacerdotes, y gente santa” (Vea Éx.. 19:5, 6). El pueblo respondió: “Todo lo que Jehová ha dicho haremos” (v. 8). En ese momento, se convirtieron en la Iglesia en el desierto. Así como la Pascua era tipo y sombra del pacto de sangre y del cordero de Dios que quitaría los pecados del mundo, esta palabra del pacto en el monte Sinaí profetizaba la Iglesia que Pedro describiría más tarde como “linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido…que en el tiempo pasado no erais pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios” (1 P. 2:9, 10). Una persona entra al reino de Dios por el nuevo nacimiento, pero una persona entra a La Iglesia de Dios por el pacto. “Y Jehová dijo á Moisés: He aquí, yo vengo á ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés denunció las palabras del pueblo á Jehová” (Éx.. 19:9). “Y descendió Jehová sobre el monte de Sinaí… y llamó Jehová á Moisés á la cumbre del monte” (v. 20). Allí Dios le dio los Diez Mandamientos y varios juicios. Cuando Moisés leyó estas palabras al pueblo (Éxodo 24:3), renovaron su pacto.

“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel… cuando está sereno” (Éx.. 24:9, 10). Ellos vieron la manifestación de la gloria de Dios. En el Salmo 89 encontramos también estas palabras: “…Hice alianza con mi escogido…Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte: Andarán, oh Jehová, á la luz de tu rostro… porque tú eres la gloria de su fortaleza” (vv. 3, 15, 17). El pueblo del pacto elegido por Dios no tiene gloria propia, sino que absorbe y refleja la gloria del Señor.

Dios le dio a Moisés instrucciones detalladas para la construcción de un tabernáculo en el que habitaría. Debía hacer el Arca del Pacto (aproximadamente del tamaño de un cofre de cedro moderno) que se colocaría en el Tabernáculo (Éx.. 25:10). Se colocaría un propiciatorio encima del arca con un querubín en cada extremo. Los dos querubines estaban uno frente al otro, mirando hacia el Propiciatorio (vv. 17-21). El Señor le dijo a Moisés que se encontraría y hablaría con él entre los dos querubines (Éx.. 25:22). “Y Jehová dijo á Moisés: Di á Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario del velo adentro, delante de la cubierta que está sobre el arca, para que no muera: porque yo apareceré en la nube sobre la cubierta.” (Lv. 16:2). El Salmista David escribió: “…Jehová de los ejércitos, Él es el Rey de la gloria” (Sal. 24:10) y “Jehová reinó… Él está sentado sobre los querubines…” (Sal. 99:1). El salmista Asaph escribió: “Tú… que estás entre querubines, resplandece” (Sal. 80:1). Samuel también escribió que Dios habitaba entre los querubines (2 Samuel 6:2). El Señor le dijo a Moisés: “Y allí testificaré de mí á los hijos de Israel, y el lugar será santificado con mi gloria… y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios” (Éx. 29:43, 45). El tabernáculo era el lugar donde Él había elegido morar, el lugar donde manifestaría Su gloria y el lugar donde Él sería el Gobernante Supremo. Por lo tanto, la Iglesia en el desierto tenía una forma de gobierno teocrático en el cual la gloria del Señor se manifestaba.

Cuando Dios le ordenó a Moisés que dejara el monte Sinaí y fuera hacia la tierra prometida, Moisés respondió: “Si tu rostro no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí… Ruégote que me muestres tu gloria” (Éx. 33:15, 18). Entonces el Señor dijo: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro… y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (v. 19). De esto aprendemos que la gloria del Señor es una manifestación de Su presencia, bondad, gracia y misericordia.

En el monte Sinaí, el Señor había dado detalles explícitos sobre Su pacto, el sacerdocio, la construcción y el servicio del Tabernáculo, etc. “…Y así acabó Moisés la obra. Entonces una nube cubrió el tabernáculo del testimonio, y la gloria de Jehová hinchió el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo del testimonio, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo tenía lleno. Y cuando la nube se alzaba del tabernáculo, los hijos de Israel se movían en todas sus jornadas” (Éx. 40:33-36).

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