OTROS SERMONES

Sermones de La Iglesia de Dios

Por R. O. Covey; Mensajero Ala Blanca, 24 de junio de 1967

LA IGLESIA DE DIOS está, y siempre ha estado, en una conquista. En otras palabras, estamos en guerra. La conquista se define así: el acto o proceso de conquistar. Conquistar significa: obtener el dominio sobre alguien o algo por fuerza física, mental o moral. También significa ganar, ser victorioso.

Hace tiempo que hemos aprendido que no puede haber victoria sin batalla. Una batalla significa una pelea. Para ser victoriosos, debemos pelear mejor que el enemigo. Para dar una mejor pelea, debemos tener soldados bien entrenados y calificados. Estos soldados deben estar equipados con las armas adecuadas y saber cómo usarlas. Entrenar y equipar a los soldados para ser vencedores es costoso.

“¡DOLARES PARA LA DEFENSA!” es el reclamo de las naciones hoy. Parece que las finanzas del mundo entero están orientadas a la guerra. En la guerra, el gasto se vuelve descontrolado. Los salarios se multiplican, pero también los impuestos. El dinero se gasta por millones y miles de millones. La pérdida de un arma que cuesta cientos de miles significa muy poco en la guerra moderna; de hecho, las armas aéreas y terrestres destruidas se cuentan, casualmente, por decenas e incluso por centenares. Los “dólares para la defensa” los reemplazan más rápido de lo que se destruyen. Estamos viviendo en esa clase de tiempo.

PERO ¿QUÉ PASA CON LAS ARMAS ESPIRITUALES? Al escribir a la Iglesia de Dios en Corinto, Pablo dijo: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:4). A la Iglesia de Dios en Éfeso, escribió: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo” (Ef. 6:12, 13).

Una guerra espiritual debe librarse con armas espirituales. Han probado con armas carnales muchas veces, pero éstas siempre han fallado. Incluso en los días de los tipos y sombras, cuando el pueblo de Dios luchaba contra sus enemigos en campos de batalla literales, cada victoria se atribuía a la obediencia del pueblo a Dios en lugar de a su habilidad con las armas.

LA IGLESIA SIEMPRE HA TENIDO SUS ENEMIGOS. Aunque hablemos de la gracia que Dios nos da con la gente del mundo, no olvidemos nunca que el príncipe de este mundo desprecia la doctrina de la Iglesia de Dios todo el tiempo. Cada vez que la Iglesia o los justos son favorecidos, podemos estar seguros de que Dios tiene a alguien en Su mano, haciendo que cumplan Su voluntad. ¿Acaso no declaró Salomón, “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová: A todo lo que quiere lo inclina”? (Pr. 21:1).

En un tiempo, Jesús ganó la gracia de Dios y de los hombres. En Su ministerio inicial, Sus seguidores eran muchos. Dios le dio gracia para que el evangelio pudiera llegar a la gente, dejándolos sin excusa cuando lo rechazarían. La Iglesia primitiva tenía “gracia con todo el pueblo” inmediatamente después del día de Pentecostés. Pero en el próximo capítulo se realizó un milagro, y Pedro predicó su segundo sermón que provocó la primera persecución de la Iglesia.

DADO QUE EL REGISTRO HABLA TAN CLARAMENTE, seguramente nosotros en la Iglesia de los últimos días entendemos que cualquier “búsqueda de gracia” equivale a nada más que claudicar. Si Dios no ve conveniente darnos gracia en un momento dado, es mejor para nuestro propósito prescindir de ella. En tales momentos, Él nos dará la gracia en la lucha.

Considere a David en su encuentro con el gigante filisteo. Saúl y sus tropas estaban todos preparados con armaduras de acero de la cabeza a los pies; sin embargo, no hubo un hombre entre ellos que se atreviera a aceptar el desafío de Goliath. Pero aquí viene el joven David, un intruso a los ojos de sus propios hermanos soldados. Fíjese en las palabras de Eliab, el mayor, el mismo que había aparecido tan agraciado a los ojos de Samuel en aquella ocasión anterior que Samuel había dicho: “De cierto delante de Jehová está su ungido”. Ahora, a David le dice, encendiéndose su ira contra este hermano menor: “¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido”.

Brevemente, después de obtener el permiso de Saúl para encontrarse con el gigante, David rechazó las “armas carnales” que no habían sido probadas, tomó su cayado en su mano, cinco piedras lisas del arroyo y su honda en su mano y: “vase hacia el Filisteo”. Cuando Goliath hubo terminado de exhalar sus desdeñosas amenazas y menosprecios, David le respondió: “Tú vienes á mí con espada y lanza y escudo; mas yo vengo á ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano… y sabrá la tierra toda que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y lanza; PORQUE DE JEHOVÁ ES LA GUERRA, y él os entregará en nuestras manos”. ¡E incluso todos los niños de la Escuela Dominical conocen la conclusión!

¿EL COSTO DE ESTAS ARMAS ESPIRITUALES? Cuestan exactamente lo mismo siempre, ¡NUESTRO TODO! ¡La prosperidad material está a nuestro alrededor y entre nosotros, pero todos los miembros de la Iglesia de Dios juntos, reuniendo sus bienes, no podrían comprar suficiente armadura carnal para ganar el primer combate con nuestro enemigo espiritual!

La armadura de la Biblia se recomienda para todas las épocas de la guerra de la Iglesia. ¡La verdad ceñida a nuestros lomos! ¡La justicia en nuestro pecho! ¡El apresto del evangelio de paz para el calzado! ¡Ese escudo de la fe que apaga los dardos del maligno! ¡La fe, una fe! ¡La salvación cubriendo nuestras cabezas! Y la Palabra de Dios, la doctrina de la Iglesia de Dios, ¡como nuestra espada en la mano! ¡Aleluya! Luego, finalmente, ¡Orando con toda deprecación y súplica en el Espíritu Santo!

IGLESIA DE DIOS, el apaciguamiento no ganará. La “Cumbre de Líderes” con aquellos que secretamente nos desprecian no ganarán. No podemos “comprar nuestras victorias” con los métodos y técnicas de las religiones pudientes. Si la batalla no es del Señor no vale la pena pelearla. ¡ENFRENTEMOS A NUESTRO ENEMIGO Y SEAMOS IGLESA DE DIOS AL RESPECTO!

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